sábado, 10 de mayo de 2008

¿QUÉ HICE, DIOS MÍO?



Por: Noemí J. White


Maestra respetable…

Fui maestra durante veinte años, respetable maestra conocida sobre todo por mi fiel dedicación a la noble tarea del magisterio. En mi comunidad todo el mundo hablaba de lo mucho que yo enseñaba a los niños. “Esa sí que no pierde tiempo. Da gusto pasar por ese salón donde algunos muchachos son tan malos y ella los mantiene tan calladitos escuchándose sólo su voz”, exclamaban los profanos y quién sabe si uno o más de mis supervisores.

Mis discípulos…

No es posible olvidar a aquel grupo de muchachos que por algunos años fueron mis discípulos. Entre ellos había uno que era impulsivo, de gesto amenazante. Pepo era un morón que permanecía callado mirándome fijamente con sus profundos ojos azules. Luis vivía en la más triste de las miserias, siempre sucio, roto y desgreñado. Su conducta denunciaba irremediablemente las condiciones de su hogar. María, revoltosa, era una adolescente vivaracha, toda movimiento y gracia. Le prohibí terminantemente hablar con ninguno de los varones y que ninguno de ellos se acercara a ella. Opté por mantenerla aislada. Así podía evitar ciertos problemas que por su culpa aparecieron en mi salón, modelo de orden y disciplina. Carlos tenía modales rudos. Era áspero; ni en el patio ni en la calle respetaba a los compañeros, niñas o personas mayores. Eloísa me molestaba mucho con su continua tosecita seca. Apenas atendía a las lecciones. En el comedor escolar nunca quiso probar la leche.

Mis lecciones…

Mis clases eran arduas lecciones en las cuales se estudiaba a Cervantes, se conjugaban verbos y donde nadie se escapaba de aprender a perfección las reglas de acento. Mis alumnos dominaban la materia. ¡cómo se enorgullecía el Inspector de mi pueblo cuando los supervisores del Departamento solían visitarme! Y había que ver cómo me llamaban en todos los institutos para dar clases a los maestros nuevos.

¿Qué fue de ellos?

Seguramente ustedes me preguntarán: ¿ha vuelto a saber de sus discípulos? El niño impulsivo purga sus penas en una de las cárceles de distrito. Pepo, el morón, se bambolea contra las paredes, encerrado en un cuartucho de su hogar; Luis, pasea su miseria por la ciudad, mendigando en sucios andrajos un pedazo de pan de puerta en puerta. María, la vivaracha, es hoy una desgraciada. Carlos, el de modales bruscos, es un bohemio de arrabal. Acabo de enterarme que Eloísa ha muerto víctima de la plaga blanca . . .

Y yo . . . con lágrimas en los ojos, con profunda amargura me pregunto: ¿qué hice, Dios mío, por aquellos niños . . .?

1 comentario:

sinvergüenza dijo...

Increible relato...me has hecho emocionarme. Gracias por tus letras. Te animo a que visites mi blog. Un beso

http://lossinsaboresdelavida.blogspot.com/